Recuerdos

por **galadriel** Sáb Mar 09, 2013 6:17 am

Esa mañana cuando salgo del trabajo subo aquellas escaleras que ya conozco de memoria, 68 escalones y cuatro rellanos, y me planto delante de la puerta marrón tocando el timbre persistente para que sepa que soy yo y a pesar de escuchar “ya va , ya va” yo sigo insistiendo hasta que la puerta se abre y me encuentro a esa señora canosa de pelo negro con su bata roja como escudo y una sonrisa llena de amor en los labios. Yo por mi parte le devuelvo esa sonrisa en forma de abrazo y me permito disfrutar de ese olor a agua de colonia que me es tan familiar, ese con el que le gusta rociarse a todas horas. La acompaño por el pasillo acompasandome a su paso cansado, lleva tantos años a la espalda que sus movimientos se han ralentizado, como ese reloj que con el paso del tiempo se le va acabando la pila y cada vez le cuesta mas mover la manilla del minutero, pero ahí sigue avanzando a pesar del tremendo esfuerzo, porque aunque el momento de pararse se acerca aun tiene planes para esas horas que le quedan.
Llegamos a su cuarto y se sienta en su sillón tapándose con la ropa camilla. Yo me siento en frente, en el borde de la cama mientras una telenovela suena de fondo. La observo detalladamente, analizo cada rasgo de su rostro y comprendo que no hace falta ser un lince para darse cuenta de lo hermosa que tuvo que ser de joven.
Ella me pide que le cuente sobre mi, pero yo prefiero escuchar sobre ella. Quiero que me cuente todas esas batallas que ha vivido, porque esa pobre señora esta cansada de luchar y solo con sus relatos le vuelve una pizca de luz a su mirada. Yo por mi parte la escucho embelesada como si se tratase de uno de aquellos cuentos que me contaba de pequeña para poder dormir y que concluía con un “si te duermes ya mañana te compro un chupachups” y como si aquel fuese el mejor tesoro del mundo cerraba mis ojos y me dejaba arrastrar a los brazos de Morfeo.
La tarde transcurría entre risas cómplices y bromas y antes de irme me veo en la obligación de pedirle que me cante aquella canción que me se mejor que mi propio nombre y que en sus labios suena diferente. Ella con gusto la canta satisfecha y a mi se me saltan las lagrimas cada vez que lo hace, porque esa anciana del puerto de Santa Maria me recuerda un poco a ella y me siento un poco culpable por haber volado soltándome de su falda . Ella me mira comprensiva, leyéndome el pensamiento una vez mas y con su mirada me hace comprender que sabe que es ley de vida, que ya ha pasado por eso con sus hijos y entiende que sus nietos también tienen que salir a librar sus propias batallas. Con un beso húmedo me acompaña hasta la puerta y yo me despido prometiendole que mañana volveré a verla, para que vuelva a contarme aquellos cuentos, siendo consciente de la mentira que llevan esas palabras. Ella también lo sabe, pero asiente con ternura y se queda en la puerta observando como desaparezco por las escaleras, llevándome su olor impregnado en mi piel.
Ahora al recordar aquella tarde, que fue la ultima que te vi, me maldigo por no haber cumplido mi palabra. Siento las lagrimas rodar por mi mejilla y no sabría decir si son de felicidad por cada momento que me regalaste o porque la nostalgia me deshace lentamente. Tal vez sea un poco de ambas. Sin embargo, hoy cuando tu ausencia me persigue a donde vaya como mi propia sombra, me sorprendo sonriendo al recordarte en el olor característico de un bebe, aquel con el que te solías rociar constantemente, o cuando escucho a alguien reírse de esa forma tan estridente que tu tenias, te veo en cada anciana que se cruza en mi camino con paso cansado, o cuando paseo por la playa a las siete de la mañana. Es entonces cuando comprendo, que a pesar de no poder estrecharte entre mis brazos nunca te has ido de mi lado.